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EL PRIMER ROSTRO DE LA ESPERANZA

Es sabido que entre los criterios de comunicación estratégica de las grandes Corporaciones Empresariales y de las Instituciones Oficiales del Estado, no figura el de decir simplemente la verdad. Pero, en lo que concierne al segundo grupo, es decir, al gobierno, esto que damos por hecho no es excusable de ningún modo, menos aún dada la situación de colapso y desintegración social en la que se encuentra el país. Situación desesperada en la que, a estas alturas de la historia, el primer rostro de la esperanza sólo puede ser el rostro de la verdad.

El pasado 5 de noviembre el Ministerio de Empleo hizo públicos los resultados del paro registrado en el último trimestre de 2012.  Las cifras que ofreció difieren considerablemente de las facilitadas por el Instituto Nacional de Estadística, obtenidas a partir de la Encuesta de Población Activa para el mismo periodo, el tercer trimestre de 2012. En tanto que las cifras de desempleo en España ofrecidas por el Ministerio fue de 4.883.521 personas paradas, las del INE elevaron dicha cantidad hasta las 5.778.100 personas.

Muchas personas se habrán preguntado cómo es posible tal diferencia. Y no es broma, estamos hablando de 894.579 personas demandantes de empleo que han desaparecido en el informe del gobierno. ¿Se tratará de un error del gobierno?, ¿será un error del INE?, ¿hay 4.883.521 parados como dice el Gobierno o, por el contrario, hay 5.778.100 como indica la EPA?

Efectivamente, dichos datos se corresponden con dos tipos de medición distintos entre los que existen diferencias sustanciales: mientras que el tipo de medición del paro empleado en la EPA, sigue estrictamente los criterios internacionales definidos por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la normativa de la Comisión Europa que regula la Encuesta sobre las Fuerzas de Trabajo de la Unión (EFT), a la cual deben ajustarse las distintas encuestas de los Estados miembros, no ocurre lo mismo con el modelo estadístico del Ministerio determinado por la Orden Ministerial del 11 de marzo de 1985, el cual no se ajusta a dichos criterios internacionales.

¿Y por qué no se ajusta?, ¿quiénes son esas 894.579 personas desaparecidas de las cuentas del Ministerio?

            A pesar de lo que pretenden asegurar, lo cierto es que el paro registrado por los sucesivos gobiernos desde 1985 no comprende el conjunto total de personas desocupadas que están inscritas en las oficinas públicas de empleo demandando un trabajo. De acuerdo con la ley anteriormente citada, existen colectivos que son excluidos en el proceso de medición: los estudiantes demandantes de primer empleo; los trabajadores agrarios eventuales de Andalucía y Extremadura; los afectados por expedientes de regulación de empleo; o los parados que asisten a cursos de formación, constituyen el grueso de las 894.579 personas que a pesar de hallarse inscritos como demandantes de empleo en sus correspondientes oficinas, no constan en las mediciones del paro realizadas por el Ministerio de Empleo y Seguridad Social.

Es obvio, pues, que la información ofrecida por este gobierno tampoco se corresponde con la realidad del mercado laboral del país.

Desgraciadamente, hoy en día es moneda corriente el que los gobiernos se preocupen más por el impacto social de sus informaciones públicas, que por los principios de transparencia, sencillez y veracidad, que deberían ser consustanciales a toda información institucional.

Principios, además, tan fundamentales en una democracia como los mismos derechos que garantizan, a saber, la libertad de expresión, de opinión y el derecho a una información veraz.

 Damián Herrera Cuesta

nov. 2012

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN: EL CORAZÓN DE UN DESIERTO

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN: EL CORAZÓN DE UN DESIERTO

Dibujo: "Hipocresía", de Gabriel Celaya

 

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN: EL CORAZÓN DE UN DESIERTO

Publicado por El Viejo Topo y el Club Antígona, 2009

Autor Damian Herrera Cuesta


Las afirmaciones tanto de Amartya Sen sobre la libertad de expresión como el estudio de Martha C. Nussbaum sobre las capacidades, me llevan a reflexionar sobre la correlación existente entre el grado de Libertad de Expresión dado en una sociedad y el nivel de prosperidad humana alcanzado en dicha sociedad. Un estudio de estas proporciones merecen toda mi atención y mi máximo interés. Por el contrario, como suele suceder en estos casos, la falta de medios limitan el tiempo que el científico o el escritor, pueden dedicar a este tipo de estudios. Para el Club Antígona adelanto este breve artículo publicado por El Viejo Topo en su número de abril, y en el cual hago un somero análisis de la libertad de expresión existente en España, extensible, salvo algunas peculiaridades, tanto al resto de occidente, principalmente, como al resto del mundo en general.

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN: EL CORAZÓN DE UN DESIERTO

Antes de comenzar a hablar del derecho a la libertad de expresión y su valor real para la vida de los ciudadanos en nuestro país, es conveniente hacer una pequeña consideración respecto a su importancia en el marco de los derechos fundamentales en el que se inscribe. Efectivamente, al constituir éstos la materialización histórica de una concepción moral que tiene como objeto la dignidad humana, y que a su vez tiene los valores de libertad, igualdad y apoyo mutuo como vías para alcanzarla, se hace esencial que las condiciones sociales y materiales, que finalmente serán las que favorezcan o constriñan esta idea de la prosperidad humana, se hallen permanentemente sometidas al juicio crítico de la sociedad en su conjunto.

Para una reflexión acerca de las posibilidades de ejercer la libertad de expresión en nuestro país, podemos empezar recabando algunos datos significativos, como el número de denuncias que fueron realizadas por los ciudadanos españoles ante el Tribunal Constitucional invocando el derecho a la libertad de expresión. Éstas sumaron un total de 81, el 0,82 % del total de denuncias ingresadas por el TC en 2007. Sin embargo, estos datos pierden su valor significativo al contrastarlos con otros más recientes, como los datos de opinión que recoge el baremo del CIS de marzo del presente año, el cual nos dice que el 50% de la población encuestada dice tener escasa confianza en la administración de justicia, o que el 75 %, en caso de verse envuelta en algún conflicto, preferiría no poner su caso en manos de abogados. La cosa se nos complica aún más cuando un informe del mismo Organismo publica que la mitad de los españoles reconoce no haber leído nunca la constitución, y que sólo tres de cada diez confiesa haber leído en alguna ocasión, al menos, uno de sus artículos.
Llegados a este punto, se hace difícil no compartir con el profesor Owen Fiss, la idea de que una verdadera democracia necesita de una cierta dosis de ilustración ciudadana.

¿De qué hablamos cuando hablamos de libertad de expresión?

Para la mayoría de las personas, la libertad de expresión, consiste en el derecho de todos a manifestar y comunicar sin trabas el propio pensamiento; sin embargo, ésta, por muy comprensivos que seamos con ella, no deja de ser una concepción demasiado pobre y limitada, tratándose además de un derecho que resulta ser fundamental para la convivencia democrática.

El derecho a la libertad de expresión ampara el que las ideas se divulguen y se conozcan, se confronten y se mediten, haciendo posible un principio consustancial a la democracia, como es el de la libre elección. El mismo Tribunal Constitucional, en su sentencia 159/1986, expone lo siguiente: “la formación y existencia de una opinión pública libre, es una garantía que reviste una especial trascendencia ya que, al ser una condición previa y necesaria para el ejercicio de otros derechos inherentes al funcionamiento de un sistema democrático, se convierte, a su vez, en uno de los pilares de una sociedad libre y democrática.”

¿Realmente hay libertad de expresión?

Mi respuesta a esta pregunta es que no. Para justificarlo, tomaré como referencia cada uno de los cuatro subapartados que recoge el artículo 20 de la Constitución española, donde se reconoce nuestro derecho a la libertad de expresión. En lo que concierne al reconocimiento y protección de nuestro derecho a expresar y difundir libremente nuestros pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción, daré algún dato orientativo: mientras que la edición de carácter público sólo supone el 12,6% sobre el total de la producción editorial, el 35,1% de la producción privada se concentra en 112 empresas editoriales, las cuales suponen apenas el 3,3% de las que tuvieron actividad en 2007.

Exactamente, los datos nos dicen que la producción cultural en nuestro país depende cada vez más de unas pocas corporaciones editoriales. Pero al encontrarse éstos obligados a tener en cuenta los intereses de su accionariado, la producción cultural, el arte, y por extensión también el conocimiento científico, no son libres, sino, muy por el contrario, se hallan sometidos a los criterios de ganancia genuinos de la empresa privada. De hecho, somos testigos de lo que en su día ya advirtiera el sociólogo Pierre Bourdieu, cada vez menos, la obra del artista es promocionada, siendo sustituida por productos de diseño, creados por ingenieros del marketing para satisfacer las pulsiones más primarias del espectador o del lector. Con razón dice el artista alemán Hans Hacker, en cuya obra la dimensión sociopolítica está muy presente, que si tuviera que encontrar patrocinadores en la Mercedes o en Cartier para financiar su trabajo, mal iría.

En lo que respecta al espacio destinado a la libertad individual del docente, el derecho a la libertad de cátedra, el cual es definido por el Tribunal Constitucional como “una proyección de la libertad ideológica y del derecho a difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones, que cada profesor asume como propias en relación a la materia objeto de su enseñanza”, ha sido hábilmente ocupado por una justificación utilitarista de la actividad académica, que ha terminado por desplazar lo que debería ser la legitimación del saber tomando como base su valor intrínseco, sustituyéndolo por una discriminación del saber en función de su utilidad o “ganancia social”, abstracción que sólo entienden bien aquellos que insisten en hacer creer a los demás que todo beneficio privado redundará, más tarde o más temprano, en beneficio de todos. Idea atractiva por su sencillez, pero incapaz de resistir el examen de la experiencia.

Es evidente que la función crítica del saber desaparece en nuestros centros de enseñanza, y con ella, la libertad de cátedra. Pero la cosa empeora más si cabe cuando exploramos la libertad de expresión en lo que respecta al último de sus apartados: “el derecho de todo ciudadano a comunicar o recibir libremente información veraz”. En primer lugar, hay que recordar que la libertad de información no es una simple muestra de la libertad de expresión, sino, más bien, su condición primera en una sociedad democrática. Siguiendo al profesor de derecho constitucional, Juan José Solozábal, si no hay información, no hay opinión.

Dado que la teoría constitucional contempla los derechos fundamentales desde la perspectiva del compromiso y la responsabilidad institucional, más allá del terreno jurídico, se hacen comprensiblemente necesarios estudios como, “Cuando lo Público no es Publico”, realizado por Eva Moraga y publicado por Access Info Europe, dedicado a denunciar la falta de trasparencia por parte de la administración pública, y donde, ya en su introducción, nos advierte que “es la propia legislación la que en ningún momento parece haber sido pensada para facilitar el acceso a la información pública por todo aquél que lo desee, sino, muy al contrario, podría parecer incluso, dada su redacción, que hubiera sido concebida para dificultarlo”.

Seis días después de la publicación de este informe, el Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se comprometió a promover, en la presente legislatura, una nueva ley que garantice el mayor acceso posible a la información pública. Y lo cierto es que sólo con una trasparencia total en este ámbito, será posible un control social eficaz, por ejemplo, sobre el empleo que se hace del dinero público destinado a la promoción de la creación cultural y artística, centrada exclusivamente en premios artísticos y literarios, cuyos procesos se ven condicionados por los gustos ideológicos de los funcionarios y cargos públicos encargados de su gestión.

Otro aspecto clave para valorar nuestro derecho a recibir información tiene que ver con la veracidad y la pluralidad de ésta, y dado que el conjunto de la sociedad se informa principalmente a través de los medios de comunicación, éstos tienen un papel crucial en este aspecto. Y aquí se agravan nuestras carencias. En primer lugar hay que resaltar lo siguiente: si bien los medios no nos dicen qué pensar, sí nos dicen sobre qué pensar. Si a esta evidencia le sumamos el principio de rentabilidad inherente al ideario de la empresa privada, incluido el poder de selección que ejercen en el campo de las ideas filosóficas y políticas las preferencias de sus inversionistas, nos es lícito deducir que en un país como el nuestro, donde las empresas de la información se concentran en unos pocos grupos corporativos, el derecho de opinión se halle, también en esta ocasión, conculcado.

Una rápida mirada al mundo, basta para darnos cuenta de que existe una relación, directamente proporcional, entre el grado de libertad de expresión existente en una sociedad, y el nivel de prosperidad humana alcanzado por dicha sociedad. Razón más que suficiente para sumarnos a la aserción de Rafael Sánchez Ferlosio, de que en nuestro país, la libertad de expresión “resulta inversamente proporcional a nuestra capacidad de hacernos oír, y de influir en nada que tenga importancia. Cuanto menor sea esta capacidad, más se puede decir cualquier cosa. Pero esto no significa que no haya que intentar forzar al máximo los límites.”

 

Damián Herrera Cuesta.

Oviedo, 2009

Otra Somalia, otro mundo

Otra Somalia, otro mundo

 

28-11-2008   

 

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=76652

 

Otra Somalia, otro mundo

Damian H. Cuesta

 

El pasado 12 de febrero, Christian Baslev Olesen, responsable de UNICEF en Somalia, advertía ante la opinión pública que, de no recaudar 7 millones de euros, la organización tendría que suspender algunos de sus programas de nutrición y sanidad. Estas declaraciones, curiosamente, coincidieron con el inicio de la gira que George Bush realizó por diferentes países del continente africano, con el objeto de promover la reforma democrática, los derechos humanos, el libre comercio, la liberalización de las inversiones y las oportunidades...”, o, lo que viene a ser lo mismo, como ya vaticinara en julio de 2006, “…hacer que Estados Unidos siga siendo competitivo obteniendo energía de bajo costo”.

Al parecer, las investigaciones que llevan realizando desde hace años las corporaciones petrolíferas estadounidenses, han abierto buenas expectativas cara a cubrir las adictivas necesidades energéticas de Estados Unidos. De hecho, pronostican que hacia el 2020 importarán del continente africano el 25% del petróleo que consume el país. A lo que hay que añadirle el incentivo nada despreciable de que ninguno de los países con recursos petrolíferos en el continente, con la excepción de Nigeria, pertenecen a la OPEP, lo que hace que no estén sujetos a límites de producción. Quizás esto explique por qué la producción del continente Africano aumentó un 36% en los últimos diez años, cuando los socios de la OPEP sólo lo hicieron un 16%.

El todavía vicepresidente Dick Cheney, allá por el año 2001, advertía al mundo en su informe Política Nacional de Energía, que la creciente demanda norteamericana de crudo tendría un peso determinante en la política exterior de EEUU. Diez años antes, el entonces jefe de estado mayor para el sudeste asiático, el general Schwarzkopf, destacaba las cualidades geoestratégicas del cuerno de África: “…el embudo estratégico del mar rojo es el centro de los intereses de EEUU (…) ya que los súper petroleros son demasiado grandes para atravesar el canal de Suez”.

Durante los últimos años, la administración Bush en Somalia, ha aplicado diferentes políticas en este sentido, desde la subvención del gobierno de los “warlops”, o señores de la guerra, lo que aquí conocemos con el nombre común de capos de la mafia, con políticas basadas en el amedrentamiento de la población y la corrupción, hasta bombardeos contra los partidarios de los tribunales Islámicos, constituidos como alternativa real de gobierno gracias al apoyo de la población cansada de los atropellos y abusos del gobierno títere. Todas estas medidas han tenido un objetivo, garantizar las inversiones estadounidenses en el continente, y una prioridad, hacerlo a cualquier precio.

En este sentido, el diplomático llamamiento de auxilio por parte del responsable de UNICEF para Somalia, nos pone al corriente de la abyecta situación en la que se halla la sociedad Somalí. 225 niños de cada mil no supera la edad de 5 años, el gobierno central protegido por los EEUU, gasta el 38% de su presupuesto en armamento, el 2% en educación y el 1% en sanidad, del resto no se sabe nada, la esperanza de vida está en 45 años, menos del 30% de la población tiene acceso al agua potable, el 27% de la población sufre desnutrición “aguda”, y ya son más dos millones de desplazados, lo que significa que más del 20% de la población vive en campos de refugiados.

A día de hoy, la petición urgente realizada por Christian Baslev Olesen para Somalia, ha recaudado 1.283.985 euros de la agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (ASAID), 963.236 euros del gobierno Irlandés y 1.304.549 del Departamento Internacional para el Desarrollo del Reino Unido. En total, 3,5 millones de euros, por lo que a pesar de ser sólo la mitad, la agencia de Naciones Unidas para la infancia mantiene, por el momento, sus programas de nutrición y sanidad en Somalia. Mientras tanto, el pasado junio, el Ministro de Exteriores Español, el señor Moratinos, agradece al Primer Ministro Somalí, Nur Adde, su colaboración durante el secuestro del pesquero, “Playa de Bakio”, prometiéndole una ayuda de 1,5 millones de euros en alimento de emergencia.

A los EEUU no le faltan competidores. La unión Europea ha copiado el modelo de “buen gobierno”, que hace referencia a criterios de estabilidad y fiabilidad jurídico-financiera en aquellos países susceptibles de recibir fondos, elaborado antes por EEUU en su programa de ayuda al desarrollo Millennium Challenge Account, MCA, el cual, según un estudio realizado por el Área de Cooperación y Desarrollo del Real Instituto Elcano, acusa una sospechosa arbitrariedad a la hora de escoger los países que cumplen dichos criterios. Sea como sea, la UE sigue las mismas premisas, promoviendo una nueva estrategia de relaciones basadas en convenios de libre comercio condicionados por los criterios de “buen gobierno”. En esta línea, curiosa es la alusión a la conferencia de Berlín de 1885, en la que las potencias europeas se repartieron el continente africano, realizada por el Comisario Europeo para el Desarrollo, Louis Michel, durante la pasada cumbre de Lisboa. Precisamente, una de las ideas que justificaron aquella barbarie fue la filantrópica obligación moral de civilizar el continente. Desde entonces África no ha conocido más que el horror y el espanto.

Lo que sabemos es que garantizar la seguridad de los negocios y de las inversiones en terceros países, es un fin para cuyo logro se han justificado los medios más atroces, inimaginables para las siguientes generaciones tan proclives a olvidar. Así se explica la facilidad que tienen algunas ideas para transmitirse de padres a hijos, y el por qué los defensores del libre comercio hoy son los mismos que en 1885 defendían el filantropismo moral. Es evidente que un mercado de 1500 millones de clientes potenciales, puede estar acerando los colmillos de más de un tiburón.

A este respecto, del baremo de opinión, realizado en diciembre de 2007 por el centro de investigaciones sociales (CIS), se desprenden los siguientes datos: el 85.1% de los españoles cree que España debe cooperar internacionalmente para ayudar a solucionar los problemas que tienen los países menos desarrollados. Frente al 32.8% de españoles que cree que este tipo de colaboración ayuda “bastante” a resolver los problemas del subdesarrollo, el 42% cree que ayuda “poco”. De estos últimos, el 78.8% cree que las ayudas no llega a quienes realmente las necesitan.

Personalmente, y a fondo perdido, pienso que debe hacerse todo lo que sea posible por la gente de Somalia, pero, como no puede ser de otro modo, sin resignación. Por eso debemos, más que nunca, ser conscientes de que las injustas e injustificables causas de su situación, se derivan de un hacer político internacional que sobrevive subordinado a la regla económica dominante, ataviándola servilmente con un discurso de moral humanista que, como describiera Claude Levy Strauss, predica pero no practica, cuya ética se rinde sin dilación al beneficio económico privado en toda circunstancia, como hemos podido comprobar los últimos meses con los subsidios estatales al sistema bancario.

Tras estos últimos acontecimientos internacionales en el ámbito económico y político, a muchos se nos abre la siguiente expectativa: ¿Nos encontramos a las puertas de un nuevo proceso democratizador en nuestras sociedades? El profesor norteamericano, Noam Chomsky, asegura que el triunfo de Obama en EEUU, responde a la ilusión de posibilidad de cambio, y al sentimiento de necesidad inherente a que tal cambio se produzca, al menos en una mayoría de votantes Norteamericanos. Desconocemos en toda su complejidad, los pasos que, como humanidad, estamos dando en estos momentos de nuestra historia, pero podemos percibir que esa ilusión de cambio, no sólo promete transformar los planteamientos y estructuras sociales en los EEUU, la misma fiebre, viene atacando desde hace tiempo a millones de personas en toda Europa y en el mundo.

A dónde nos lleve este irrefrenable deseo colectivo de andar, depende de todos y cada uno de nosotros, sin distinción alguna de raza, color, sexo, o cualquier otra condición.

¿EN QUÉ SOCIEDAD DESEAMOS VIVIR Y EN QUÉ SOCIEDAD QUEREMOS QUE VIVAN NUESTROS NIÑOS?

Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas | 21 (2009.1)
Publicación Electrónica de la Universidad Complutense | ISSN 1578-6730
¿EN QUÉ SOCIEDAD DESEAMOS VIVIR Y EN QUÉ SOCIEDAD
QUEREMOS QUE VIVAN NUESTROS NIÑOS?.
LA RENTA BÁSICA DE CIUDADANÍA
Damián Herrera Cuesta
Escritor, Madrid
Días atrás, Alastair Darling, ministro de finanzas británico, en un esfuerzo por justificar las líneas políticas que los poderes públicos europeos, con sus más y sus menos, están dispuestos a ejecutar para aliviar las tensiones producidas en los mercados financieros, hizo la siguiente declaración: “Es vital que los gobiernos aseguren que sus sistemas bancarios se recapitalicen y presten el dinero que necesite la economía real”. Evidentemente, con este término se está
refiriendo a las economías domésticas y a las de las pequeñas empresas, ya que el otro capital, el financiero, supuestamente ficticio e incapaz de crear, prefiere esperar dentro de su lujosa madriguera por nuevas raciones de tarta, lo suficientemente suculentas como para poder proseguir con su nerviosa actividad especulativa en los mercados imaginarios.
Una vez más, la respuesta del poder político pasa por coger el dinero de todos e inyectarlo en los espacios privados del mercado, ante la mirada atónita y resignada de la mayoría de ciudadanos, a quienes, en el mejor de los casos, las amenazas de un inminente derrumbamiento del sistema capitalista, les importa un comino.
En los EEUU, el plan de rescate ha superado los 1000 millones de euros, y sólo es el comienzo. Personalmente, no estoy seguro de que los 9 millones de familias sin cobertura sanitaria que existen en los EEUU, no tengan nada que decir al respecto. Del mismo modo que tampoco soy capaz de imaginar el resentimiento que en estas personas debe de producir saber que, mientras sus hijos no podrán recibir asistencia sanitaria por carecer de medios económicos, el señor Henry Paulson, Secretario del Tesoro de EEUU, y coautor del famoso plan de rescate, en los últimos meses perdía en bolsa 300 millones de dólares, sólo 1/3 de sus inversiones personales.
Algunos economistas, como el recién nombrado Nobel de economía, Paúl Krugman, justifican la aprobación de dichos fondos por el congreso de los EEUU, siempre y cuando, tratándose del dinero del contribuyente, éste tenga sus contrapartidas. No quiero detenerme ahora a comparar puntos de vista divergentes acerca de las causas que están detrás del colapso del sistema financiero, sólo quiero dejar constancia de mi predilección por el análisis que recientemente ha realizado sobre este asunto el académico y analista político, Walden Bello. Y en cualquier caso, no creo que exista argumento mínimamente razonable, capaz de justificar moralmente estos hechos de la desigualdad.

Un contexto social inexcusable

En cambio, sí parece razonable pensar que un sistema productivo en régimen de propiedad privada, capaz de súper-producir prescindiendo del trabajo humano, por razones obvias, no sea posible. Especialmente si tenemos en cuenta que los sistemas tributarios con que sostenemos los beneficios de nuestra sociedad de bienestar, dependen fundamentalmente de los salarios y de las rentas del trabajo, y no tanto del capital, origen de la súper-productividad y único receptor final de los beneficios.
En un extremo de nuestra sociedad, y más allá de lo meramente anecdótico, aquellas declaraciones que la multimillonaria, Leona Helmsley, realizara en el pasado: "Nosotros no pagamos impuestos. Sólo la gente corriente los paga", viene a explicar por qué de los 1500 ciudadanos españoles que, según el informe publicado por el banco de inversiones Merrill Lynch y la consultora Cap Gemini, ingresan cantidades superiores a 24.000.000 de euros al año, la
agencia tributaria tan sólo tiene registrados 65.

En el otro extremo están los más de 13 millones de ciudadanos de la Unión Europea que dependen del programa de ayuda alimentaria, y cuya cifra se prevé que aumente a más de 43 millones de personas, debido a las subidas del precio de los alimentos en los mercados internacionales; los más de dos millones de familias españolas que viven bajo el umbral de pobreza; los tres millones de ciudadanos que, trabajando, perciben el salario mínimo
interprofesional; el 34,2%, más de 7 millones de trabajadores que ingresan entre 1100-1200 euros mensuales; los 2.381.500 ciudadanos que se encuentran en situación de desempleo, ect. Es decir, aquella parte de la ciudadanía que durante los años 90, gran número de políticos agrupaba bajo el concepto de “clase inferior”, y que hoy, por razones de tacto, prefieren
denominar truly disadvantaged, los “verdaderamente desfavorecidos”. Antes ya del presente debacle financiero, aquellas personas a quienes las ayudas sociales apenas les ayudan a sobrevivir bajo el umbral de la pobreza, y muy especialmente las mujeres, con toda una vida constreñida al desempeño de trabajos domésticos y al mantenimiento familiar, ya venían padeciendo su
“particular” calvario, una crisis más honda y coactiva de las libertades fundamentales. Mientras sus derechos políticos y civiles les son reconocidos a bombo y platillo, al menos en calidad de votantes, sus derechos económicos y sociales han sido anulados, negándoles la oportunidad de realizar un plan de vida propio, como ciudadanos con plenos derechos y en igualdad de oportunidades.
La renta básica. Una utopía al alcance de la mano
Recordando al sociólogo francés, Pierre Bourdieu, es posible que hoy debamos volver a hacernos la misma pregunta que hace 13 años ya planteara el movimiento social de noviembre de 1995: ¿En qué sociedad deseamos vivir y en qué sociedad queremos que vivan nuestros niños?
El Filósofo y Economista Político, Philippe Van Parijs, en su obra Libertad real para todos, parte de la teoría de la justicia de John Ralws, para desarrollar la justificación política de lo que en nuestro país conocemos como la renta básica de ciudadanía, definida como “el ingreso que cada ciudadano de pleno derecho recibiría de la sociedad a través del estado, quiera o no trabajar de forma remunerada, sea rico o pobre, e independientemente de las otras posibles fuentes de ingresos, y sin importar con quién conviva”.
Siguiendo a Martha C. Nussbaum, previamente a toda justificación política, hemos de confrontar sus argumentos teóricos con nuestras intuiciones morales. En su día, la justificación política del sufragio universal se confrontó con las intuiciones morales de una época. El sufragio universal, no sin dificultades, resultó vencedor, y aun hoy sigue propagándose por el mundo. Del mismo modo, durante la primera mitad del siglo XX, la justificación política de los derechos humanos se confrontó con el sentido de la dignidad humana, uno de los ‘puntos fijos’ de nuestras intuiciones morales, resultando de aquel conflicto la aprobación en 1948, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Hoy poseemos la capacidad de producir y distribuir la riqueza común de tal manera, que todo ciudadano, condición adquirida en el momento mismo de nacer, tenga garantizados sus derechos económicos y sociales fundamentales. Pero, retomando a Martha C. Nussbaum, un proyecto político democrático necesita de estrategias de implementación política democrática, sometiéndose
necesariamente a las deliberaciones de un parlamento democráticamente elegido.
La renta básica de ciudadanía, que surge para dar respuesta a la necesidad de asegurar la suficiencia material que garantice a todo ciudadano la oportunidad de auto-realizarse, haciendo de esta oportunidad de auto-realización un derecho constitutivo de ciudadanía, no es una propuesta nueva en el Parlamento. Es cierto, desde hace algunos años viene siendo discutida en el
Congreso, aunque con escasa o ninguna publicidad, a pesar de la trascendencia que tendría una medida semejante, no sólo por las consecuencias a corto plazo, reduciendo considerablemente la desigualdad social, sino también a largo plazo, porque se producirían transformaciones
culturales únicamente comparables a las producidas en las sociedades modernas tras la implantación del sufragio universal.
Un proyecto de este tipo, evidentemente, no cuenta con las medidas de presión, tan poco democráticas, de las que se vale el poder económico para influir en la toma de decisiones del poder político. Ni mucho menos quiero dar a entender que éste sea el principal motivo por el cual, el pasado año, 2007, por segunda vez y por mayoría parlamentaria, la renta básica de ciudadanía fuera rechazada en el Congreso. Sólo quiero decir, que su capacidad de persuasión, democrática, como tantos otros proyectos de corte social que buscan incrementar la libertad real de los ciudadanos, más allá de los bonitos discursos, sólo vendrá de la mano de la paciencia y, por supuesto, de la deliberación pública.
Por tercera vez, la Renta Básica de Ciudadanía pisará las arenas políticas del Parlamento. El pasado 6 de mayo, la mesa de la Cámara volvió a acordar la aprobación de una nueva propuesta para la creación de una subcomisión, con  el fin de elaborar un informe sobre la viabilidad económica de la Renta Básica de Ciudadanía. Posiblemente no será la última. Soñar resulta esencial para la vida. Aunque en ocasiones resulte tan extraño como imaginar al señor Cristobal Montoro diciendo algo así como: Es vital que la sociedad asegure a cada ciudadano los medios necesarios que garanticen su libertad real. Antes de dar luz verde, en nombre de su partido, a la Renta Básica de Ciudadanía.